Os dejo un pequeño relato que escribí inspirado en el bullying y en mi trabajo con adolescentes.
Pedro a sus quince años sabía lo que era sentirse acosado. Ese año se había mudado de ciudad y le habían cambiado a un instituto público. El primer día le llamaron “calculín”, “pipa”, “pelota” y otras lindeces por haber respondido bien a una pregunta del profesor en la clase de matemáticas. Desde entonces comenzó a ser objeto de burlas y acoso por parte de un grupo de cinco chavales que disfrutaban avergonzándole en clase y en el recreo.
Pedro al principio se sentía molesto, confuso... No entendía qué había hecho para que le tratasen así. Y el día en que se cruzó con ellos en la calle y le obligaron a darles el dinero que llevaba encima sintió miedo por primera vez… Y vergüenza, mucha vergüenza de no haberse defendido ni haber hecho nada para impedir el robo. Ese sentimiento se fue transformando en rabia cuando amenazaron con hacer daño a una prima suya a la que Pedro quería mucho.
Un día en el recreo, Pedro lleno de rabia se peleó con uno de esos chavales abusones y consiguió tirarle al suelo. Le hizo una brecha en la cabeza y desde ese día empezó a ganarse el respeto de ese grupo. Al poco tiempo vinieron ellos a hablar con él amistosamente. Ese día Pedro se sintió bien, diferente, poderoso. De la noche a la mañana se codeaba con los “popus” y hasta las chicas parecían mirarle de otra forma.
Sin embargo algo había cambiado a peor… Desde entonces Pedro dejó de hablarse con sus antiguos amigos, a quienes ya empezaba a llamar “pipas” y “pringaos”… Apenas paraba por casa, bajó su rendimiento académico y empezó a fumar cannabis los fines de semana. Molaba mucho ser popular y respetado. Su lema era “pasando de todo, pasándolo bien”.
Un día, su nuevo grupo de amigos le propuso hacer una gamberrada de las gordas. Querían llenar el coche del profesor de Mates de pegatinas, de esas que cuesta tanto quitar. Le pidieron a Pedro que lo hiciera él, y él no supo negarse, pensó que a partir de entonces sería más popular aún… Pero las cámaras del colegio lo grabaron todo y Pedro fue expulsado una semana. Lo que más le cabreaba es que encima la idea no había sido suya…
Su tío, que era entrenador de boxeo, se lo llevó un día al gimnasio y
habló muy serio con él. Le contó que una manzana podrida es capaz de estropear un cubo lleno de manzanas sanas, pero una manzana sana no es capaz de sanar un cubo de manzanas podridas. “Te cuento esto para que te des cuenta de lo fácil que es adquirir malos hábitos si te juntas con gente que los tenga. Si quieres molar, empieza por respetarte a ti mismo y a los demás. Júntate con gente sana que busque cosas parecidas a las que tú buscas. Y no olvides que cualquier cosa que sea buena para ti, siempre exigirá un esfuerzo para lograrlo. Conviértete en una manzana sana para ti mismo y para los demás”.
Y desde ese día su tío le enseñó la disciplina del boxeo. Pedro maduró y con el tiempo se convirtió en un adulto que trabajó como educador para menores conflictivos con medidas judiciales.